Sobre el autor de este blog:

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viernes, 25 de octubre de 2019

Qué tengo que hacer para aplicar el trabajo? Pensamientos de un caminante:


Las personas en el trabajo se bloquean porque no se aplican a sí mismas lo que el trabajo le enseña a hacer. Usted debe saber cómo hacerlo. En este comentario me remito a algunos puntos relacionados con el problema de la aplicación del trabajo.

No voy a hablar del problema de sentir el trabajo, sólo para decir que esto es imposible. Espero que la gente al menos tenga la voluntad de recibir el trabajo. Lo primero que la gente no hace es observar a sí misma. Una de las cualidades menos usadas es la facultad de la auto-Observación. Tenemos que interiorizzarci para poder usar esta facultad. Si se utiliza, en su caso nos presenta retratos al natural de nosotros mismos totalmente diferentes de los que esperábamos.

La mente intuitiva se basa en la evidencia de los sentidos externos.

Si se hace uso de esta facultad de la auto-Observación, comienza a abrirse una mente que está por encima de la mente intuitiva. En el trabajo, quien empieza a pensar por encima del nivel espontáneo se llama hombre sabio, y un loco es el que no lo hace. Lo que se aprende de la auto-observación evidentemente no es instinto, sino más allá de los sentidos externos. En realidad, en un hombre se abre la mente humana. Sin duda, esta facultad no es fácil de empezar. Al principio, se está muy cerca del siguiente punto sobre el que voy a llamar la atención en este comentario.

Se refiere a identificarse con todo lo que pasa en uno mismo - con cada pensamiento, sentimiento, sensación, estado de ánimo, actitud, fantasía. Decir "yo" a todo y no observar nada. Todo es lo mismo. Este es un estado de sueño completo.

Es como si pensáramos que la gente en la calle era nosotros mismos. El siguiente punto es que cuando se observa algo, se busca cambiarlo. Pero eso no es lo que enseña el trabajo. Lo que dice es que hay que practicar la separación interior - el proceso de dividir a sí mismo, de ser capaz de sentirse a nosotros mismos y al mismo tiempo la persona que llama nuestra atención.

La espiritualidad


La espiritualidad es mirar a tu vecino y comprender que su mal humor es causa de su dolor, y no sentirte ofendido. Espiritualidad es que las cosas no salgan como tú deseas y aceptar que así ha de ser para tu aprendizaje.

Espiritualidad es hacerte responsable de tus circunstancias, es no creerte la víctima, es no culpar a nadie de lo que te sucede.

Espiritualidad es vivir en la alegría, o en el silencio, o en el bullicio, o en la tormenta, o en la luz, o en la oscuridad, vivir lo que la vida te propone, sin pretender que sea otra cosa.

Espiritualidad es comprender que si te enfermas, no solo hay que atender los síntomas físicos, sino también ver que emociones no estás gestionando, y atender que lo que hace tu cuerpo es mandarte un mensaje.

Espiritualidad es caminar disfrutando de cada paso del camino, independientemente de lo que te suceda. Es atender las emociones sin identificarte con ellas. Es cuidar tus pensamientos y tus palabras. Es ser coherente y mantener la autenticidad en todos los ambientes y en todas las circunstancias.

Espiritualidad es abrazarlo todo. Es amar el mundo tal y como es, con todo lo que contiene. Sin juzgarlo, sin quejarte, sin poseer.

Espiritualidad es compartir, es estar en paz. Es dejar que cada uno viva como le plazca. Es comprender que nada es real y que a la vez, hay que ser impecables a la hora de jugar la partida de la vida.

Y no hablo de religión, no hablo de dogmas, no hablo de pecados, no hablo de creencias, no hablo del bien y del mal, no hablo de iglesias, ni de maestros, ni de normas.
Hablo de lo que late cuando consigues parar y mirar hacia dentro, y te das cuenta de que no tendría sentido la vida, si solo fuéramos materia. Si solo estuviéramos aquí para pasar el rato. Si solo fuéramos un puñado de carne, de vísceras, de arterias. Si solo fuéramos un deseo atrapado en un cuerpo, sin un alma que anhela sentir de nuevo, el amor del que sin duda forma parte.

LENA BU

martes, 22 de octubre de 2019

Encuentros con Gurdjieff. De Orage


Vemos a los demás en relación con nosotros mismos, no en relación con su potencial.
Sin embargo, seguimos tomando las mismas conclusiones que nuestras limitaciones. Haz un experimento: Imagina, como si fuera delante de ti, una persona que conoces y que no está presente en carne y hueso.
Pregúntate: qué tipo de persona es? Está actuando como un hombre equilibrado para su felicidad?
Te sientes seguro de confiar en ella si algo importante está en juego para ti, como el éxito, el dinero y el poder personal?
En qué importante iniciativa la dejaste a participar?
Cómo te sentirías si estuvieras condenado a pasar un año a solas con esta persona? Crees que, por lo general hablando, esta persona es razonable? Confiable? Genial? Si sus deseos esenciales fueran gratificación, qué tipo de persona imaginas que sería?
Es cierto que tus respuestas a estas preguntas serán de valor limitado, ya que solo tienes unos pocos trapos de prueba en los que confiar y también en estas preguntas tus prejuicios personales, pero hazte estas preguntas.
Así descubrirás si la opinión que tienes de él es la misma cuando hay algo importante en juego o cuando no hay nada en juego.
Por ejemplo, wilkins, el explorador, está ahora eligiendo a sus compañeros para ir con él hacia el polo norte en un submarino bajo el hielo ártico. Está estudiando a cientos de candidatos, pero solo puede elegir un puñado. Cómo puede elegir?
Podría rechazar a aquellos que personalmente cree que son su por una compañía superficial. Podría considerar la aptitud para cruzar los mares y el valor de su personal. En estas circunstancias, solleciteresti wilkins a que te juzgue?
Es necesario, cuando examen mentalmente a alguien, hacerse preguntas imaginando una gran variedad de situaciones en las que no has tenido oportunidad de verlo. Tus respuestas, por supuesto, no serán objetivamente verdaderas, pero el esfuerzo por hacer las preguntas, te obliga a centrar tus impresiones e ir al grano.
Ahora que sabes cómo observar a los demás puedes pasar a la observación de ti mismo.

jueves, 10 de octubre de 2019

España


Fuente: https://ctxt.es/es/20191002/Firmas/28771/Santiago-Alba-Rico-nacion-Espana-memoria-tribuna.htm#.XZ4AWGImpaK.twitter

Santiago Alba Rico


Nuestras élites, de derechas y de izquierdas, siguen pensando España como una guerra (o dos o tres), y en tiempos de crisis arrastran al electorado a la batalla.

Me gusta pensar en España desde los Pirineos.

Hacia el año 870 una princesa cristiana de Bohemia de nombre Orosia entró en la península ibérica por la cordillera pirenaica para desposar a un caudillo visigodo. Interceptada la comitiva por una mesnada musulmana –cuenta la leyenda– su cabecilla propuso matrimonio a la cautiva y, ante el rechazo de esta, la mandó torturar y decapitar. Orosia es hoy la patrona de Jaca y una de las mártires del santoral español. Lo que no dice la Wikipedia es el nombre del cabecilla musulmán: Mohamed Ibn Lupo de Tena, que obviamente no procedía de la Meca sino que era un nativo peninsular convertido al islam, hijo del cercano valle de Tena. Orosia era una ocupante extranjera; su verdugo era, si se quiere, “español”.

Es el centro mismo del imperio, pobre y despoblado, el que ha pagado las consecuencias de “su” victoria en las dos guerras civiles, la de religión y la germánica, al tiempo que, por eso mismo, obstaculiza políticamente cualquier reconstrucción nacional

En Roncesvalles, como sabemos, se libró en 778 una conocida batalla en la que el ejército de Carlomagno sufrió su primera derrota. Esta derrota y la muerte de Roldán, sobrino del emperador, dio lugar a un sinnúmero de leyendas, quintaesenciadas en la famosa Canción de Roldán, poema épico que forma parte del canon literario francés y que impuso el relato histórico de una gran cruzada contra los musulmanes. Pero la derrota del ejército carolingio nada tuvo que ver con los musulmanes. Las tropas francas venían de intentar establecer una “marca carolingia” en la península y, tras saquear Pamplona, estaban a punto de cruzar los Pirineos cuando fueron emboscadas y diezmadas por un pequeño grupo de vascones ávidos de venganza. Hoy el diminuto y oprimente pueblo de Roncesvalles, en Navarra, exhibe grandes monumentos –incluido un silo de Carlomagno– que orientan la atención hacia la guerra de religión contra los musulmanes y no hacia el famoso hecho de armas acaecido en el valle. En la colegiata gótica donde está enterrado Sancho el Fuerte de Navarra, por ejemplo, se recuerda a los visitantes su participación junto a los reyes de Castilla y de Aragón en la batalla de Navas de Tolosa (¡en Jaén y en 1212!), decisiva victoria sobre los almohades de Miramamolín. Los descendientes de esos reyes de Castilla y de Aragón, dicho sea de paso, conquistarían Navarra trescientos años más tarde, último reino peninsular en caer en manos de los Reyes Católicos (quince años después de Granada). Lo que quiero decir es que el ejército carolingio, con el que se identifican las glorias de nuestra españolísima “reconquista”, era un ejército ocupante mientras que los vascones eran, si se quiere, nativos “españoles”, a los que se niega o escatima esa hazaña.

En tiempos de Orosia y de Roncesvalles no existía España, que fue el resultado trabajoso y fallido de una doble guerra: una guerra de religión entre musulmanes y cristianos y una guerra civil entre ocupantes germánicos. La larga guerra contra los musulmanes, en buena parte conversos bereberes o hispanorromanos, ocultaba ambiciones territoriales, pero movilizó a toda Europa y no podía acabar en ninguna forma de acuerdo o compromiso. La guerra civil germánica, que se solapó con la primera, terminó con el sometimiento de todos los reinos peninsulares, musulmanes o cristianos, al dominio de los Reyes Católicos. España nació cristiana y castellana; y con esos mimbres sólo se podía construir –como bien explica el profesor Villacañas– un imperio. Su acta fundacional es la expulsión de los judíos y la erradicación del islam (cuyo colofón fue el decreto contra los moriscos, oficialmente cristianos, en 1609), así como la conquista de América, a donde se trasladó el apóstol Santiago en su caballo blanco, una vez derrotados los moros, para echar una mano contra los indios. Los que hoy reivindican España desde la derecha no están reivindicando una nación sino su papel victorioso en un imperio insostenible. Cualquiera que se dé una vuelta por los Pirineos, de este a oeste o viceversa, se percatará –por lo demás– de las consecuencias desastrosas y paradójicas de este imperio fallido: Aragón, cuna de España y tumba de sí misma, absorbida en Castilla, boquea con dificultad, llena de historia y vacía de gente, entre dos naciones opulentas, Navarra y Catalunya, las derrotadas de la guerra civil germánica. Más al sur Andalucía, sombra ilusoria de Al-Andalus, la otra gran derrotada por el imperio castellano, ha mantenido sin embargo una fuerte personalidad política e institucional (como lo demuestra su acceso a la autonomía en virtud del artículo 151). He aquí la paradoja: resulta que es el centro mismo del imperio, pobre y despoblado, el que ha pagado las consecuencias –culturales y económicas– de “su” victoria en las dos guerras civiles, la de religión y la germánica, al tiempo que, por eso mismo, obstaculiza políticamente cualquier reconstrucción nacional.

La guerra de religión prosiguió después de 1492 contra erasmistas, herejes y brujas y más tarde contra ilustrados y socialistas. La guerra civil germánica continuó asimismo, enredada con guerras de sucesión y rebeliones anticentralistas. Una y otra –la de religión y la germánica– mezclaron sus cartas en conflictos ideológicos y sociales durante el siglo XIX y principios del XX: pensemos en las guerras carlistas y en la guerra civil española (1936), que fue “española” paradójicamente porque fue “mundial”. Con excepción del breve período de la lucha por la independencia frente a Napoleón (1808-1812), estas dos guerras internas han impedido la construcción de una nación: no lo es ni en sentido antropológico ni en sentido democrático. Los que reivindican esta no-nación, cuya síntesis es la monarquía borbónica, lo suelen hacer mezclando y reactivando las dos guerras, hasta el punto de que la función “musulmán” la ejercen hoy, más que los inmigrantes musulmanes (que también), los germánicos catalanes que reivindican la separación de España sin entender que es imposible emanciparse de un país que no existe. Incluso para eso habría que construirlo. ¿Es una pretensión realista?


La función “musulmán” la ejercen hoy, más que los inmigrantes musulmanes (que también), los germánicos catalanes que reivindican la separación de España sin entender que es imposible emanciparse de un país que no existe

No será fácil. Las élites de la derecha germánica (incluidas las catalanas) siguen pensando la lucha por España y la lucha contra España en términos de guerra de religión y de guerra civil medieval. El PSOE, partido monárquico y nacionalista español, ha buscado beneficios partidistas en el conflicto sin atreverse nunca a una revisión constitucional de esta no-nación, pese a contar varias veces con mayorías sociales y electorales en las últimas décadas. Lo malo es que, a fin de mantener ese imperio, fallido y además perjudicial para sus vencedores pasivos, y de impedir la construcción de una nación, ha hecho falta un ininterrumpido ejercicio de violencia y dictadura, regla fatal de nuestra historia común. Franco comprendió muy bien este engendro e intentó crearla de un solo golpe (la nación) fabricando de cero un español nuevo, un “hombre nuevo”, cuya condición era la eliminación de la mitad de los españoles (la llamada anti-España). En cuanto a la izquierda más radical, derrotada histórica de todas las guerras, ha acabado cediendo, contra el imperio fallido y la nación malograda, al obrerismo o al cosmopolitismo, fascinada a menudo, en su creciente provincianismo, por las luchas periféricas y despreciando siempre las tierras de Castilla (en sentido lato) y a sus gentes; y renunciando, en nombre de una cultura más verdadera o refinada, a la cultura de la mitad de España. Nuestras élites, de derechas y de izquierdas, siguen pensando España como una guerra (o dos o tres), y en tiempos de crisis arrastran al electorado a la batalla. Como casi siempre, esta España reaparece en el costado de una gran crisis económica y una gran crisis institucional europea.

Nuestros Pirineos están jalonados de hermosas iglesias románicas que hay que conservar, de altas torres y atalayas belicosas que no debemos derribar, de grandes palacios fronterizos que señalan viejas costuras sin hilvanar. El problema de la memoria –y aún más el de la mitológica– es que deja robustos rastros materiales: monumentos, castillos, catedrales, que mienten u ocultan otros relatos (y otros edificios). No hay que tocarlos. Los necesitamos para pensar. No pueden contar cualquier historia, pero sí algunas historias diferentes; permiten escoger, sobre todo, entre narrar la historia de una victoria o la historia de un conflicto. Si los gestores de piedras vivas, como los gestores de discursos muertos, no se inclinasen interesada e ideológicamente por la primera opción, algún día las piedras de España (junto a otras recuperadas bajo las ruinas de la doble guerra prenacional) contarían la historia de un conflicto superado. Nunca hemos estado más lejos de eso. Quinientos años no es nada y podemos seguir así otros quinientos, unas veces mal, otras veces peor, a remolque de Europa y de nuestras élites irresponsables, mucho más belicosas e ideológicas que nuestros pueblos, los cuales no asocian las iglesias, los castillos y los palacios a ninguna guerra presente, pero que sufren las consecuencias materiales –y políticas– de esta eterna guerra de religión contra los “musulmanes”, como quiera que se llamen en cada época, y de esta eterna guerra civil germánica que la no-nación, cuyo seudónimo fue Imperio y ahora es Estado, libra contra sus ciudadanos.